31 marzo 2012

Los Susurros de un Alma Errante. Capítulo 3: Comienzo de la locura.

Tras la muerte de mi hija, intenté volver a llegar una vida normal, pero ello era imposible, algo había cambiado aquel día. Nunca volví a sonreír, tras el entierro de mi hija nunca volví a llorar, me sentía vacío por dentro, no era capaz de percibir ningún sentimiento por mi parte, la única sensación que lograba percibir era esa sensación de odio hacia mí mismo y odio hacia los demás. Nunca más volví a mirar a mi mujer de la misma forma, siempre decaído, siempre destrozado por dentro, tan insensible, tan inútil el seguir viviendo. Varias veces se pasó por mi cabeza la idea del suicidio, que por alguna extraña razón nunca logré llevar a cabo por iniciativa propia. Creo que en el fondo sentía pena y compasión por los seres queridos que dejaría en esta vida.

Un día, como cada uno de los demás días de mi vida, me dirigía a trabajar, en el camino puede observar a una pareja joven acompañados de lo que al parecer era su hija. Eso me trajo muchos recuerdos de mi querida Eirini, que en paz descanse. Sabía que no debía obsesionarme con ella, pues tanto Nicole, mi esposa, como Anastasia, mi otra hija, eran las que aún vivían, las que aún me necesitaban; ello no obstante, no me eximía a olvidar a Eirini, pero tanto ella como Nicole y Anastasia, debían ser atendidas, ya fuera en vida o tras la muerte.

Una vez entré a trabajar, todo cambiaba, debía estar concentrado, no distraerme era cuestión de conservar mi trabajo, por suerte, había hecho buenos amigos durante todos esos años trabajando y al más mínimo atisbo de despiste por mi parte, me llamaban la atención. Aunque lo intentaba, no podía quitarme de la cabeza aquel día, aquel momento en el que Eirini dejó de estar con nosotros. Estos constantes despistes me costaría más de un disgusto en mi trabajo, más de una pelea o enfado con algunos de mis amigos. Ninguno parecía entender por lo que estaba pasando, al parecer es algo que si no lo pasa uno mismo, no le presta la suficiente atención como para darse cuenta de lo duro que puede llegar a ser perder un ser querido que es una de las piedras angulares de tu vida. La sonrisa de Eirini por las mañanas, su risa descontrolada, sus carreras por los pasillos... Todo ello me abandonó y me dejó en la más oscura soledad. Por mucho que lo intentaban Nicole y Anastasia era imposible hacerme sentir como antes, yo, se lo agradecía una y otra vez, siempre les decía que me sentía mejor, aunque por dentro sentía ese vacío, sentía que faltaba algo, sentía que Eirini no estaba.

Al salir de trabajar, me dirigí hacia mi casa sin más dilación, pensando por el camino, dándole vueltas a la cabeza, arrepintiéndome de aquel momento en el que decidí ir al lago. Justo pasaba por aquel parque en el que quedé con Max, y allí estaba él, sentado en el mismo banco en el que estuvimos sentados. Entonces me acerqué a verle. Estuvimos charlando un rato sobre lo que nos había sucedido hasta entonces, hacía 1 mes desde la muerte de Eirini, hacía 1 mes que no veía a Max, tras el accidente, no fuimos capaz tanto el uno como el otro, de volver a vernos; la última vez que lo había visto fue en el entierro de Eirini.
Justo entonces, al terminar de hablar, pude ver claramente a Eirini detrás de la fuente del parque, entonces corrí hacia allí gritando su nombre, pero al llegar allí, no había nadie. Max preocupado por mí, me acompañó a casa. ¿Fue una ilusión creada por mi subconsciente? ¿Tan obsesionado estaba por volver a ver a mi hija? Parecía tan real... Sus ojos... Su cara... Su pelo rubio... Era exactamente real ante mis ojos. Sentí como si mi hija hubiera vuelto por mí. Sentí como si volviera a vivir. Volví a sentir alegría. Pero todo esto se esfumó al volver a la realidad. En serio, ¿creí haber visto a Eirini o la vi en realidad? Pensaba que tras haber visto a Eirini una vez más, aunque no hubiera sido real,  me libraría de este vacío que me consumía por dentro, volvería a sentir, no como antes, pero si un poco mejor que como estaba. Pero me equivocaba. Haber visto de nuevo a mi hija tan solo incrementó mi obsesión y volví a caer de nuevo en el abismo de la soledad, rodeado de oscuridad y silencio, volví a entrar en la jaula de metal que atrapaba mi alma.

Continuará...

11 marzo 2012

Los Susurros de un Alma Errante. Capítulo 2: El día que cambió mi vida.

Era una mañana fría de invierno, todo estaba helado ahí fuera, había nieve por todas partes, yo permanecía metido en la cama, calentito, esperando el momento justo para salir disparado hacia el lavabo. Una vez hice mis necesidades me dirigí hacia la cocina a preparar algo para desayunar, para mi sorpresa había una nota pegada en la nevera que decía lo siguiente:

Cariño he salido con las niñas a dar un paseo, tienes el desayuno preparado dentro de la nevera, espero que te guste, volveremos pronto.

Seguidamente abrí la nevera y encontré zumo de naranja y un trozo de pastel de fresa. Lo cogí y me dirigí hacia el salón para desayunar viendo las noticias. Mientras desayunaba llamaron al teléfono. Al cogerlo respondió Max (Máximo).

- ¡¡¡Hey tio!!! ¿Qué tal? ¿Oye, te vienes al parque? Hace tiempo que no nos vemos, ¿cuanto hace ya, un mes?

- ¡Hola Max! Estaba terminando de desayunar. Pues sí, tienes razón, he estado tan liado con el viaje que no he tenido tiempo ni de llamarte. Me tomo el desayuno y te veo en el parque, ¿vale?

- Ahí te espero, ¡eh! no me seas un mierdas y después te rajes porque hace mucho frío...

- ¡No! Allí estaré, te lo prometo.

- Vale tio, ¡adiós!

- ¡Nos vemos!

Me tomé lo que quedaba del vaso de zumo de una sentada y me comí el trozo de pastel casi sin masticar, preparé una nota para mi mujer y la pegué en la nevera. Me cambié de ropa y salí hacia el parque.
Por el camino iba pensando que tal estaría Max, hacía mucho tiempo que no le veía, parecía casi imposible que siendo unos amigos que siempre han estado juntos, nos hubiéramos distanciado durante tanto tiempo sin saber el uno del otro. Recordé aquel comento de cuando éramos pequeños en el que Max y yo estábamos en la casa de verano de mis padres. Nos fuimos al lago a bañarnos, por aquel entonces tan sólo eramos unos críos, pero nos gustaba bastante nadar hacia el centro del lago, donde había una pequeña isla donde solíamos pasar la tarde durmiendo la siesta o jugando con los demás niños. Ese día al subirme al árbol que había en la isla se partió una rama, pero Max me cogió del brazo, ambos estábamos colgando del árbol, por una rama muy fina, hasta que se partió y nos caímos los dos. Desde ese momento no nos volvimos a subir más a un árbol, Max y yo lo solíamos contar con tono cómico cada vez que nos reuníamos en aquel lugar, recordábamos lo cobardes que fuimos de pequeños al no tratar de volver a subir así que tiempo después, siendo ya adolescentes, volvimos a intentarlo, subimos bastante alto, se veía todo el lago desde allí, bajando volvió a ocurrir lo mismo. La rama se partió, pero esta vez nos caímos los dos a la vez. Entre risas recordamos aquel momento de nuestra infancia como un déjà vu.

Estaba impaciente por volver a ver a Max, que aceleré el paso, parecía que estaba casi corriendo. Al llegar al parque no vi a nadie allí, ¿Max se habría retrasado? Habría sido la primera vez desde que nos conocemos, o a lo mejor yo me había adelantado demasiado. Estuve esperando durante bastante tiempo, así que lo llamé por teléfono, pero no contestaba. Tras guardar el móvil en el bolsillo alguien me tapó los ojos y dijo:

- ¡Si fuera un atracador ya te hubiera rajado y robado!

Era Max, que se había retrasado un poco porque había encontrado un accidente por el camino y la calle estaba cortada. Estuvimos hablando mucho tiempo, compartimos batallitas de cuando éramos pequeños y recordamos los viejos tiempos. Entonces surgió la conversación de la isla del lago.

- Aquel día volvimos a aprender la lección de no subirnos a los árboles, ¿eh?

- ¡Ya lo creo! ¡Oye! ¿Y si volvemos a ir este fin de semana? Podríamos ir las dos familias a pasar un buen rato, todos juntos, que hace mucho tiempo que no lo hacemos.

- ¡Está bien! Este fin de semana en el lago.

Nos despedimos y nos fuimos a nuestras respectivas casas. En casa le comenté la idea a mi mujer y tanto ella como las niñas estaban encantadas de salir el fin de semana, había mucho que no lo hacíamos debido a mi viaje de trabajo. Una vez llegado el fin de semana preparamos las cosas y nos dirigimos hacia el lago, llamé a mis padres para saber si seguían por aquel lugar, porque recientemente habían ido allí. Ellos seguían allí así que nos dirigimos directamente hacia el lago sin más dilación.

Al llegar, todo me inundaba de recuerdos, volví a sentirme como ese niño que corría por la orilla del lago rodeando las olas. Fuimos a saludar a mis padres y como de costumbre Max ya había llegado, dejamos las cosas y nos fuimos inmediatamente a coger el bote para ir a la isla y ver el atardecer. Y allí estábamos Max, su hijo, mi hija mayor y yo. Todos juntos viendo el atardecer desde la orilla de la isla. En ese momento nos llamaron nuestras mujeres, había que preparar la cena y teníamos que estar allí, así que nos dirigimos a la orilla del lago desde el bote y fuimos hacia la cabaña para preparar a cena. Max y yo preparamos un fuego para hacer una barbacoa cerca de la orilla del lago. Ese sitio era donde desde pequeños cenábamos a la luz de la luna y las estrellas. Tuvimos una cena espléndida, tanto los niños como los mayores nos lo pasamos en grande. Aquella noche dormí como nunca, descansé como si nunca lo hubiera hecho, todo era felicidad y despreocupación, son esos momentos que buscas cuando intentas desconectar. De madrugada me levanté a tomar un vaso de agua y vi a Max por el pasillo, habíamos tenido la misma idea. Después de haber bebido decidimos ir a la isla para ver el amanecer los dos solos para no molestar a la familia tan temprano. Así que cogimos el bote y nos dirigimos hacia la isla.

- Max, cada vez que venimos me recuerda este árbol a aquel momento en que nos caímos y nos dimos contra el suelo, ¡en dos ocasiones!

- Sí, esas cosas no se olvidan nunca, pero mereció la pena por ver todo el lago desde esa perspectiva.

- Sí.

- Oye, ¡volvamos a subir!

- ¡Vale!

Tras muchos años, volvimos a subir por tercera vez a ese árbol en nuestras vidas. Ese momento hubiera sido uno de los más felices de mi vida de no ser por la tragedia posterior. Una vez arriba viendo todo lago llenándose de luz. La rama en la que estaba Max quebró y se cayó al suelo, con tan mala suerte que Max se dio en la cabeza con una de las ramas al caer. Asustado bajé rápidamente a socorrerle. Estaba bien, tan solo se había llevado un golpe en la cabeza y le sangraba, así que volvimos a la cabaña a curarle la herida. Tras curarle la herida volvimos a salir a fuera para sentarnos un rato en la orilla del lago y charlar sobre la caída del árbol, ¿cómo había podido volver a pasar después de tantos años? ¡Ese árbol nos tenía manía! bromeamos. Tras un rato charlando pudimos observar una mancha en el lago, parecía que algo flotaba por el lago.

Cogimos el bote y nos acercamos a ver lo que era. Al acercarme no puede contenerme y me lacé al agua helada. Era mi hija que estaba flotando en el lago. La subí rápido al bote y comprobé que no respiraba, le hice la respiración boca a boca, pero no fui capaz de reanimarla.

Mi hija murió en ese día tan bonito hasta el momento, tan perfecto. Desde ese día nada volvió a ser lo mismo, no solo por la muerte de mi hija, sino por la muerte de una parte de mí mismo. Ese fue el día en el que comenzó todo, el día en el que hubiera deseado haber muerto yo por ella. El día en el que comenzó un camino de sufrimiento plagado de errores y desgracias.

Continuará...

04 marzo 2012

Los Susurros de un Alma Errante. Capítulo 1: Una jaula de metal para un pájaro sin alas.

Todo estaba oscuro, nada más se podía ver en cualquiera de las direcciones, cada paso aceleraba mi ritmo cardíaco a frecuencias demasiado altas, notaba el dolor en el pecho, las piernas casi no me respondían, temblaba tanto que no era capaz de discernir el suelo a medida que daba cada paso. El suelo era de metal, sonaba como si estuviera dentro de un contenedor, el hueco devolvía mis quejidos, no era capaz de encontrar una salida, no encontraba ninguna pared, ningún objeto a mi alrededor; tan solo el suelo metálico y frío era lo que podía sentir ligado a mi existencia. En ese momento, una vez sentado, empecé a reflexionar sobre como poder volver y cómo había llegado hasta esa situación. Lo tuve todo... Familia, amigos, un buen trabajo... Vivía una vida feliz. Pero todo se fastidió por mi egocentrismo, mi envidia y la avaricia. Cuando pienso en que todo empezó con la muerte de un ser querido, no soy capaz de concebir la manera de darme cuenta de qué me hizo cambiar en ese momento. Por qué me afectó tanto el hecho de que un ser querido muriera, por qué no fui capaz de salvarlo, por qué desde aquel entonces mi vida cambió radicalmente. Mi mundo se desmoronó en décimas de segundo, mi mente ya no pensaba con lucidez. ¿Me estaba volviendo loco? ¿Acaso sería lo suficientemente fuerte como para aguantar otra situación similar?

Tras un largo tiempo pensando en la manera de salir y en todo lo que me había ocurrido tras el accidente, puede notar que corría un leve brisa que me acariciaba la cara. Provenía de enfrente de mí. Se podía oír un leve susurro a través del viento. Una voz cálida y femenina deleitaba mis tímpanos a medida que me iba acercando hacia la voz. El susurro se fue convirtiendo en una voz arrastrada por el viento, parecía que cada vez estaba más cerca de mí, más cerca de poder tocarla. Entonces di un paso en falso y caí en lo que parecía un hueco en el suelo. Intenté levantarme y palpé con las manos las paredes metálicas de aquella especie de urna de metal, lo golpeé, estaba hueco al otro lado, el metal no era de mucho grosor, finalmente logré tocar el final de la pared con lo que volví a subir. Nunca en mi vida había pasado tanto miedo como en aquel momento. Empezaba a pensar que nunca saldría de aquel lugar, empezaba a asimilar el hecho de que estaba atrapado para siempre y en que nadie me iba a rescatar. Empecé a sentirme sólo y volví a pensar en todo lo ocurrido hasta entonces. Recordé el primer día que empezó todo mi sufrimiento...

Continuará...