Aquella noche no la olvidaría fácilmente, el cielo estaba
nublado, oscuro, no había una pizca de luz en todo el exterior, tan solo se
veía oscuridad, de pronto se puso a llover, poco a poco caían las gotas,
suavemente, sin descanso, golpeando la tierra, el tejado de la casa, el sonido
de la lluvia impactando contra los rosales, todo conjuntaba en una melodía
agradable. Me tumbé en la cama mirando el techo… pensativo… Mañana me iría del
pueblo y retomaría aquellas vacaciones… Un par de ideas rondaron mi cabeza.
Podría quedarme con Himari en este pueblo el resto de las vacaciones o llevarla
conmigo; pero lo más seguro es que vuelva yo solo a la rutina, se le ve una muchacha
tan solitaria, pero a la vez es risueña y divertida. No sé qué debo hacer… Fui
cerrando los ojos poco a poco, la melodía de la lluvia era cada vez más fuerte
y rápida es lo que tienen las tormentas de verano.
A la mañana siguiente me desperté y observé que estaba en
una habitación diferente, ¡claro! Me quedé a dormir en casa de Himari, por
alguna razón se dibujó una sonrisa en mi cara, supongo que me sentía feliz de
estar en un sitio distinto por primera vez en mucho tiempo. Me vestí y bajé al
salón, pero no había nadie, tampoco había nadie en la biblioteca ni en la
cocina, subí y llamé a la puerta del cuarto de baño pero nadie contestaba,
volví a llamar y tampoco obtuve respuesta, así que abrí la puerta, como supuse
no había nadie dentro, así que solo quedaba un lugar en la casa donde mirar; la
habitación de Himari. Ciertamente me daba miedo mirar dentro pero la curiosidad
volvió a jugarme una mala pasada, así que llamé a la puerta y sin esperar
respuesta abrí la puerta, de pronto todo se volvió oscuro, no veía nada, ni
siquiera a mí mismo, tan solo podía tocar el suelo, no había nada más a mi
alrededor, entonces algo brilló, era Himari con su vestido blanco, entonces se
acercó a mí y me dijo: “¿Estarás aquí conmigo para siempre? ¿Para toda la eternidad?”
Entonces sacó un cuchillo y me atravesó el pecho con él. La sangre roja teñía
mi cuerpo a la vez que lo hacía visible, todo era rojo, un profundo dolor
intenso e insoportable emanaba de la herida, todo estaba borroso, me estaba
desmayando, caí al suelo y antes de cerrar completamente los ojos Himari se
acercó y me besó; mientras me besaba pude ver como lloraba.
Entonces me desperté empapado en sudor, con el corazón a mil
por hora y la mirada perdida. ¿Había sido una pesadilla? No parecía haber sido
una pesadilla, el dolor era muy real, mi pecho aún me dolía, pero no había
resto alguno de la herida, supongo que sería por el susto. Agotado fui al baño,
todavía estaba medio dormido así que me di un pequeño golpe en el hombro con el
marco de la puerta, me recuperé y continué caminando por el pasillo, algunas
maderas crujían, ese sonido era casi hipnotizante, sentía como si me estuviese
volviendo a dormir, entonces llegué a la puerta del fondo, la abrí y puedo
observar algo brillante en la habitación, me froté un poco los ojos y ERA
HIMARI! ¡Estaba de espaldas! ¡Desnuda! ¡Se estaba cambiando! Puedo observar en
apenas un segundo todo su bello cuerpo, pálido como la nieve, su cabello sobre
los hombros, sus piernas, ni muy delgadas ni muy anchas y su precioso culo,
redondo y pálido. Entonces me entró el
pánico y cerré la puerta de golpe. Creo que no se dio cuenta de que había
abierto la puerta porque después de pegar el portazo la escuché llamarme…
-
¿Joel? ¿Has abierto tú la puerta?
-
Emm esto… yooo… solo iba al baño y entré sin llamar,
no he visto nada, lo juro. Iba medio dormido y no me di cuenta.
-
¿De verdad que no has visto nada? A mí me parece
todo lo contrario.
La voz de Himari se acercaba cada vez más a través de la
puerta, hasta el punto escucharse como si estuviera pegada junto a ella. En ese
momento no solo estaba rojo de vergüenza, sino que tenía miedo, ¿qué haría
Himari conmigo? ¿Me mataría como en el sueño?
-
Joel apártate de la puerta si no quieres caerte
cuando la abra.
-
Lo siento ya me marcho.
-
No te vayas tan rápido, quiero hablar contigo.
Me aparté de la puerta y entonces salió Himari, ¡seguía
desnuda! No me lo podía creer, apenas vi un poco su figura me di la vuelta
avergonzado y colorado como un tomate. Entonces me rodeó el cuello por detrás
con sus brazo y pegó sus pechos a mi espalda.
-
¿Qué es lo que no has visto?
-
Yo no he v-visto n-nada.
-
Ah, ¿sí? ¿Ni siquiera ahora cuando he salido?
-
N-no juro que no he visto nada.
-
Eres un mentiroso, ¿por qué me mientes? ¿Es que
no te gusta mi cuerpo?
-
N-no es eso, tu cuerpo es precioso, es solo que…
-
Ajá, ¿así que admites que lo has visto? ¿Ves
como eres un mentiroso?
-
Y-y-y-y-y-o no y-yo nooo…
-
Me gustas Joel –susurra al oído-
Entonces entré en estado de shock, no podía creerme lo que
me había dicho, yo también la quería pero no me salían las palabras, estaba
demasiado impactado, ¿cómo era posible que una persona como ella se fijara en
mí?
-
Voy a cambiarme, y que esto te quede claro, que
sea la última vez que entras sin llamar, ¿está claro?
Yo no la estaba mirando, pero notaba que esos ojos se
clavaban en mi nuca, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Escuché cerrarse la
puerta y justo en ese momento corrí hacia la habitación y cerré la puerta sin
comprender exactamente qué había pasado. Intentaba olvidarme de lo que había
ocurrido, pero no era posible, el tacto de sus brazos sobre mi cuello, sus
pechos apretujados contra mi espalda, era algo que no es fácil de olvidar.
Esperé en mi cuarto sentado en la cama pensando es sí lo que
acaba de ocurrir era otro sueño, una mera ilusión o era efectivamente real, al
poco tiempo escuché volver a cerrarse la puerta del cuarto de baño y unos pasos
se acercaban hacia aquí, se detuvieron en mi puerta y sonó como si alguien
llamara a la puerta.
-
Joel, ¿estás ahí verdad?
-
Sí.
-
Voy abajo a preparar el desayuno, ya tienes el
baño libre.
-
D-de acuerdo.
-
Vale, te espero abajo y recuerda, llama a la
puerta antes de entrar como he hecho yo, podría haber entrado y haberte pillado
haciendo… Ya sabes esas cosas que hacéis los hombres cuando estáis solos.
-
¿QUÉ? ¡YO NO HAGO ESO!
Entonces se fue riéndose a carcajada limpia, hasta su forma
de reír es bonita. Estuve empezando a creer que quizás debería de irme pronto
de allí. Fui a asearme un poco, con tantos nervios estaba sudoroso. Una vez
limpio bajé a desayunar, subía un olor riquísimo por las escaleras, supongo que
había hecho chocolate caliente. Entonces me dirigí a la cocina y allí estaba.
-
Veo que te has duchado.
-
Sí, estaba un poco sudado.
-
Pero si no ha hecho calor.
-
Bueno, es difícil de explicar.
-
No será que te he excitado, ¿verdad? –se reía-
-
¡No es eso! Es solo que he pasado una mala
noche. –digo avergonzado-
-
¡Ah! Ahora mi casa no es lo bastante acogedora, ¿verdad?
-
Que no es eso, solo he tenido una pesadilla.
-
¿Una pesadilla? Pareces un crío asustado. –se reía-
-
Tu ríete, pero si la hubieses vivido seguro que también
te hubieses asustado.
-
Mi vida es una pesadilla, no me digas que no sé
lo que es asustarse de verdad. –dijo en voz baja casi inaudible- ¡Toma! El
desayuno, chocolate caliente y tarta de manzana.
No sé qué quiso decir con eso de que su vida era una
pesadilla, ciertamente, creo que vive bien, pero no la conocía de apenas unos
días. No quise preguntarle la razón por la cual su vida es una pesadilla,
bastante he tenido con verla desnuda por hoy. Ahora lo único que me importaba
era tomarme ese espeso y sabroso chocolate caliente y un trozo de tarta de
manzana, estaba todo riquísimo, no había probado nada igual en mi vida.
-
Cocinas muy bien, ¿eres una bruja o algo
parecido? –rio-
-
No, pero ciertas personas del pueblo así lo
piensan.
-
¿Disculpa? ¿Pero todavía existe gente que cree
en las brujas?
-
Tú mismo lo has sugerido con tu pregunta.
-
Pero era una broma, no iba en serio.
-
Este es un pueblo pequeño, la gente es mayor,
somos los únicos de nuestra edad aquí, la persona más joven a parte de nosotros
tiene al menos 40 años. Sus creencias son antiguas, son mentes incrédulas y difícilmente
cambiaran si no lo han hecho hasta ahora.
-
Pero… ¿Y tus padres?
-
Ellos no suelen vivir aquí, siempre están fuera
por así decirlo. Nunca me dejan sola que digamos.
-
Vale, pero, ¿hay alguna razón por la que tengan
el pensamiento de que seas una bruja?
-
Antaño mi abuela era considerada una bruja, porque
varia gente del pueblo la vio hablar con los animales del bosque. Y a veces
hablaba sola, como si estuviese hablando con alguien más. Entonces como
descendiente de la bruja me consideran una bruja. Yo quería mucho a mi abuela,
ella me dijo que efectivamente hablaba con los animales, pero cuando le preguntaba
por qué hablaba sola no me respondía.
Terminamos el desayuno y recogimos la mesa, entonces me puse
a fregar, al menos era lo mínimo que podía hacer a cambio de la hospitalidad.
Mientras fregaba pude ver como el sol empezaba a iluminar el jardín trasero,
desde la ventana de la cocina. Era un jardín no muy amplio, pude ver que había
un par de lápidas en él, de repente me asusté un poco, aunque en seguida supuse
que eran las tumbas de algún animal de compañía u algo. Terminé de fregar y fui
a echar un vistazo. Salí por la puerta blanca y caminé hasta las lápidas, me
acerqué a ellas y pude ver que tenían una inscripción cada una. Decían: “Aquí
yacen la luz de un nuevo día, te quiero cariño” “Aquí yace la oscuridad de una
nueva noche, siempre estarás en mi corazón”.
Eran frases que me desconcertaban. ¿Había ciertamente
alguien allí enterrado? Había un poco de musgo que tapaba parte de la lápida de
la luz, fui a quitarla un poco con la mano entonces sentí un pinchazo en el
dedo, había una ristra de rosal entre el musgo que no había visto, en ese justo
momento vino Himari.
-
¿Qué haces?
-
Estaba mirando las lápidas.
-
Curiosas, ¿verdad?
-
Solo por curiosidad, ¿hay alguien enterrado bajo
ellas?
-
Aquí es donde están enterrados mis abuelos. Pero
tanto el uno como el otro quisieron que en sus lápidas no hubiese un nombre
sino estas frases que cada uno se escribió al otro antes de morir.
-
La verdad es que es muy bonito.
-
Sí, pero no termino de comprender por qué lo
hicieron. Ambos murieron a la vez en esta casa sin ninguna causa aparente, el
médico dijo que murieron de manera natural, simplemente sus corazones fallaron,
exactamente al mismo tiempo. Lo que no me cuadra es que hiciesen escribir eso
en sus lápidas si habían estado 2 semanas sin hablarse hasta ese momento, al
parecer mi abuela había hecho algo muy malo y mi abuelo dijo que nunca se lo
perdonaría. Bueno, tengo que ir a por unas cosas ahora vuelvo, de mientras
puedes dar una vuelta por la casa, te sugiero no ir al pueblo, la gente no es
muy agradable con los forasteros.
-
Vale, creo que me iré a la biblioteca y cogeré
un libro.
-
Te recomiendo La sombra del Bosque, es uno de
mis libros favoritos y recuerda, no toques los rosales.
Entonces se marchó grácilmente, no me había dado cuenta de
que llevaba justamente la misma ropa que ayer, lo único que cambiaba en ella es
que llevaba un sombrero grande blanco con una cinta azul claro a juego con el
vestido. Fui a coger el libro y mientras lo buscaba en la estantería sentí que
me escocía la herida del rosal, entonces recordé lo que Himari dijo de la
medicina esa y fui a por ella a echarme un poco. Sabía que me dolería más, pero
así no tendría que ocultar la herida, no quiero saber lo que pasaría si se
enterase de que me he pinchado con un rosal. Una vez me eché el ungüento volví
a buscar el libro y empecé a leerlo bajo la luz del sol en el salón. El libro
era interesante, trataba de un espíritu del bosque con forma de gato que tomaba
el cuerpo de la gente que se atrevía en adentrase en el bosque, simplemente por
la mera curiosidad de saber cómo llevaban sus vidas esas personas, hasta que el
espíritu se tropezó con un apuesto joven del que se enamoró. Casi había llegado
a la mitad del libro cuando Himari legó. Traía una caja de cartón cerrada y la
dejó junto a las escaleras.
-
Bien, ¿qué te parece el libro?
-
Está bastante bien, no pensé que me gustaría
tanto.
-
Si quieres puedes llevártelo, tengo dos, eran de
mis abuelos, leían a la misma hora en cualquier lugar y llevaban leído la misma
parte, decían que así sentían como si uno leyesen junto al otro.
-
Gracias, pero no puedo aceptarlo, son recuerdos
de tus abuelos.
-
No te preocupes, puedes llevártelo, además así
cuando lo leas te acordarás de mi allí donde estés. –dijo con una sonrisa en su
cara-
Esa sonrisa me encandilaba y sus ojos brillaban bajo la luz
del sol, su pelo negro relucía y su piel iluminaba el resto de la cara. Entonces
no pude contenerme más, cerré los ojos y la besé. Fue un beso maravilloso,
nunca antes había sentido algo parecido en mi vida, noté como ella me acompañaba
con sus labios, puso sus manos en mi cabeza y apartó mi cara de la suya
lentamente. Me miró a los ojos, estaba llorando, sus preciosos ojos verdes
ahora estaban enrojecidos y llenos de lágrimas.
-
Joel, lo siento, pero no puede ser.
-
Lo siento, ha sido culpa mía no debí besarte.
-
No, Joel, yo también quería besarte, lo que pasa
es que no podemos hacer esto.
-
No lo entiendo, ¿por qué?
-
No quiero que salgas perjudicado. –se secó las
lágrimas y su cara reflejaba tristeza-
-
A mí no me importa lo que me pase, Himari, yo te
quiero.
-
Lo siento Joel, pero yo no siento lo mismo.
-
Pero… ¿Y el beso?
-
Fue solo un beso, olvídalo. –su tono de voz y su
mirada ahora eran serios-
Entonces se fue arriba y según escuché, la puerta que se
cerró fue la de su cuarto, yo me quedé bastante trastornado, había pasado de la
felicidad extrema a una tristeza que inundaba todo mi ser, tenía ganas de irme
de allí cuanto antes, por suerte pronto todo acabaría, pero esperaba con temor
la hora de comer, no sabía cómo iba a poder mirar a Himari a la cara después de
esto.
Continuará...