10 septiembre 2015

Un Viaje a la Felicidad. Capítulo 9: Las flores del destino.

Después de días, semanas, puede que meses vino de nuevo esa persona como cada cierto tiempo, nunca pude saber quién era, siempre venía tapada por una capucha negra, la poca iluminación de la habitación evitaba que pudiera verle el rostro. Era de estatura media entre 1’65 y 1’75, delgada y con muy buen porte. Siempre venía a verme, se sentaba en una silla de madera algo gastada, se apoyaba sobre una mesa de madera y me miraba. Nunca le dije nada, él o ella nunca dijo nada, su género era desconocido para mí, solo podía saber que me tenía cautivo y que no sé cuándo me pondría en libertad. Hasta que un día le hablé.

      -          ¿Quién eres?

      -          Eso no es relevante. –Dijo una voz femenina-

      -          ¿Me vas a dejar salir de aquí?

      -          Algún día, eso depende de ti.

      -          ¿Por qué depende de mí? ¿Qué debo hacer?

      -          Debes demostrarme si eres digno. Si mereces haber recuperado lo que te arrebataron.

      -          ¿Cómo?

-          Mirándome a los ojos… Pero te aviso… Si no eres digno morirás. ¿Quieres vivir como hasta ahora y poder disfrutar de una vida con vista pero aquí encerrado sin falta de comida, agua y un lecho o prefieres probar suerte con la muerte?

Pasé un tiempo pensando qué sería lo más indicado, después de tanto tiempo encerrado, de tantas traiciones, quizás sería mejor estar como estaba, tampoco se estaba tan mal salvo por la soledad, soledad que esa mujer aliviaba cada poco tiempo haciéndome una visita. Entonces decidí.

“Quiero mirarte a los ojos.”

La mujer se quitó la capucha y pude ver un rostro familiar, un rostro que me producía un gran temor, el temor que se le tiene a la muerte cuando se le mira a la cara. Era el mismo rostro que tenía Himari y Riyuko, el problema estaba en saber cuál de las dos sería. Me sujetó la cabeza, mi respiración se aceleró, comenzó a mirarme directamente a los ojos, sus ojos se tornaron de un color azul como el del cielo en una mañana despejada. No podía evitar mirarlos. Mi cabeza empezó a dar vueltas y sentí como mi alma dejaba mi cuerpo.

Lo próximo que pude ver fue como mi cuerpo era llevado por esta persona fuera de la sala donde estábamos, era como si estuviera flotando sobre el techo de la sala y pudiera verlo ajeno a lo que ocurría, no podía moverme ni hablar ni cerrar los ojos, no sentía nada, solo miraba. Lo siguiente que vi fue mi cuerpo siendo depositado sobre un lecho de flores en mitad del bosque, entonces volví a mi cuerpo.

Cuando abrí los ojos era de noche, no había luna, todo estaba muy oscuro, estaba sobre el lecho de flores, estaban algo secas y mustias al parecer había estado allí bastante tiempo, me levanté e intenté ver dónde estaba y regresar a mi casa, salir de ese lugar y olvidarme para siempre de lo ocurrido, aunque no sería nada fácil olvidar por todo lo que pasé. Andando encontré un camino que pude reconocer, la maleza y las hierbas casi lo cubrían por completo, en ese momento una luz de esperanza llenó mi corazón, fui avanzando cada vez más rápido por el camino, a pesar de que conducía a ese pueblo infernal donde vivían Himari y Riyuko no tenía más remedio que arriesgarme a pasar por allí y volver por donde había venido tiempo atrás.

Llegué al pueblo y fui avanzando entre las descuidadas casas, escondiéndome en la oscuridad, ocultándome todo lo posible para evitar ser visto por alguien. Pude ver el puente por el que pasamos para entrar al pueblo, ahí estaba mi salida, pero en él estaba aquella figura que volvía a atormentarme…

“Acércate, sé que estás ahí.”

Mi corazón latía fuertemente, no quería saber nada más del tema, solo quería volver a casa, entonces pude ver que no se refería a mí, otra figura emergió de las sombras.

      -          ¿Pretendes escapar? ¿Himari?

      -          Déjame ir, solo un momento, aún estoy a tiempo.
   
      -          ¿A tiempo para qué? Tu destino es estar aquí conmigo. En este pueblo. Cuidando del alma de los muertos.

      -          Pero quiero salvarle, él no tiene por qué estar aquí.

      -          Vio a madre a los ojos, ¿lo sabías?

      -          No puede ser… Él ha…

      -          La vi llevándolo al bosque, vi su cuerpo inerte, ya no hay nada que puedas hacer Himari.

En ese momento emergí de entre las sombras, no podía entender de qué estaban hablando, pero si de algo estaba seguro era de que aún estaba vivo. La cara de Himari fue de sorpresa mientras que la de Riyuko fue más bien de desprecio. Himari corrió hacia mí y me dio un abrazo muy fuerte, estaba llorando mientras me apretaba fuertemente contra ella.

      -          ¿Así que has sobrevivido? ¿Qué habrá visto madre en ti?

      -          ¡Apártate, me voy de aquí!

      -          Adelante, vete, si es que puedes, claro.

      -          No puedes huir Joel. –dijo Himari- Tu ya no…

      -          ¿Ya no qué? ¿Qué está pasando? –Himari me abrazó más fuerte-

      -          Ya no estás vivo, ahora perteneces a este plano, a esta especie de limbo, madre te ha permitido quedarte aquí en vez de vagar por la oscuridad. –Riyuko me miraba con cara impasible-

Himari me agarró fuerte del brazo y tiró de mí en dirección a su casa, decidí seguirla puesto que necesitaba explicaciones y ella podría dármelas. Entramos en su casa, cerró con llave todas las puertas, fue a la biblioteca y cogió un libro. Era el libro que me estuvo leyendo, el que comencé tiempo atrás. Lo abrió y empezó a leer, justo iba a recriminarle que se pusiera a leer cuando escuché mi nombre… Mi nombre… En el libro se estaba relatando un viaje, un viaje en autobús por una carretera poco concurrida, un accidente, decenas de heridos y algunos muertos, de entre ellos… YO.


Continuará…

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